El amor es un clavo en la Narvarte

Al no encontrar ninguno dentro del hogar que al fin y al cabo no era ni más ni menos que nuestros corazones de origami enlazados formando un cubil, salimos de nuestros pliegues sin querer darnos cuenta que en lugar de clavos buscábamos amor para colgarnos de las paredes.

Las palabras dichas impregnan el asfalto y lo que hay dentro de ellas llueve en el estómago, donde germinarán en recuerdos las noches por venir hasta nacer multicolores en flores de lantana. Mientras, caminamos, volando y cayendo, girando y nutando, obedeciendo a un metrónomo de volición compartida.

El mundo se abre ante la mirada y parecería que si vieras con atención encontrarías los clavos en el suelo dispuestos para tomarlos. Y sin embargo el tiempo (siempre el tiempo) nos llevó al lugar más común y aburrido a preguntar y esperar cansadamente que nos dieran en la mano lo que nunca hemos conocido si no es con los ojos bien cerrados.

Todavía quisimos sorprendernos de la ausencia, aún habiendo visto su catálogo de grosores obsenos. Aún tras soportar segundos eternos de consejos desafinados, violinazos de certezas plásticas que ni la pena valen contradecir. Quedarnos y comprar aquello que nos convenceríamos podría suplantar esa imagen perfecta de lo que queremos sería alimentar la debilidad que entume y se reproduce de por sí al contacto con el aire. La imagen allí sigue: sólo la decision voluntaria elimina lo que pudo haber sido; en caso contrario el arrepentimiento nos corta.

La ciudad bulle inhospitalaria y los contornos tiemblan de liquidez. Un segundo lugar nos mata la inocencia con el veneno de lo preestablecido. Una razón por donde nada novedoso permea y se estanca derrotada, pero armada con la lógica de lo inhumano. Y el abismo cotidiano tiene un piso de cristal que permite ver la infinita negrura del fondo de la tarde que termina. La esperanza se arruga y aunque la muerte sea la muerte, hay muertes que existen y vivimos cada tanto en nuestra piel de árbol: Astillas en nuestras palmas.

Llega el instante de descubrir el centro de la imagen. El sentido que nace cuando lo nombramos, porque nada es como si fuera otra cosa, sino que es a pesar del arbitrio de la forma. La luna iluminándonos era una lámpara imantada y sólo girando nuestro rostro la convocamos. Que las palabras amor y clavo renacieran gemelas fue tan natural que nuestros cuerpos llegaron al mismo tiempo que nuestra mente al lugar donde el corazón se reunió con la imagen mental, puñados perfectos sacados de una cubeta cualquiera por un hombre que sólo sabe decir que sí, sin quitarnos la libertad de pagar por esos símbolos la cantidad de monedas que cupieran en nuestras manos.

Es un resquicio por donde escapamos de vuelta a lo que llamamos casa, pero que en verdad son las telarañas de nuestras mentes que vibran llenas de información y nos envuelven en un temazcal. ¿Qué es el martillo? Suena y las paredes se iluminan: una galería de máscaras elegidas transparentes para dejar pasar la noche.

Después un sueño donde el mar se acerca volando por el cielo. Las nubes son azules, son el fondo del océano y luego éstas llegan, la tormenta de olas gigantes nos arrastra. La barca de madera nunca se hunde, ni deja de llenarse de agua.

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